El sueño se ha apoderado de mi. Me he encontrado en casa sin provisiones y he decidido salir un poco antes para desayunar por la zona de mi trabajo. Me meto por la boca de metro que no quiero. Salgo. Bajo en el ascensor. Mi billete no funciona. Hablo por el intercomunicador y me abren la puerta. Sigo bajando en ascensor. Cojo el metro.
Llego a la zona de mi trabajo estudiando mis tarjetas de kanjis de cada día. Está todo cerrado. Resignado voy hacia la oficina sin una migaja en el estómago. ¡Me he dejado la comida en casa!
Entro en la oscura oficina. Desactivo la sofisticada seguridad de las ventanas, entra el airecillo. Al sacar el ordenador descubro con asombro que no, no me he traido el tupper pero sí la máquina de afeitar -_-.
Voy a la cocina dispuesto a hacer mi primer café en aquella máquina. Por fortuna, me quedan 4 Yayitas. Cojo una taza, vierto un poco de leche en ella y procedo a calentarla… en el microhondas.
¡Rayos y centellas! Una tormenta se desata en el interior del aparato que raudo desactivo. Y entonces llegan a mi memoria recuerdos de mi primer día de trabajo: “No metas las tazas en el microhondas que el adorno dorado es metálico” me decían.
¡Usaré un vaso! -pensé-. Pero no había vasos. La última mudanza que se llevo a nuestros amiguitos con los que compartíamos la oficina nos dejó carentes de vasos por el momento.
Con leche fría, decido hacerme el café. Veo que quedan restos de, seguro, mejores cafés en el mango de la cafetera. Los saco en el fregadero y según empieza el agua a llevárselos recuerdo la nota de la señora de la limpieza: “Por Dios, que no echen los restos del café en la pila, que se atasca” >_<
Bueno, que tengo sueño vamos… ¡vaya mierda de café que me he hecho!